¿Qué más podemos, si nos han robado tantos sueños, ladrones improvisados de tantas primaveras? ¿Dónde queda un sitio para poder recuperar las alegrías de las utopías compartidas, con amigos que hoy ya no están?
¿Dónde quedaron nuestras canciones de francas rebeldías,
inclaudicables, amigos, ¿dónde están?
¿Por qué se han ido con la frágil sutileza
de esta inmoral y cansina rutina del “no puedo más”?
¿Dónde queda un sitio para las canciones,
dónde un sitio para la memoria,
dónde una calle para volverse arrogante
ante la propuesta de esta tremenda mezquindad
bien oculta del “no te metas”?
¿Dónde la memoria de los días buenos,
soñados para otros: los empobrecidos?…
¡No me dejes cantar solo! ¡Vuelve a cantar conmigo!
Es la esperanza, en los gestos y en las miradas
de quienes esperan siempre, a pesar de todo,
que no nos roben más nuestros sueños!
Es la esperanza humanamente posible:
¡No te me quedes lejos, no te me borres más;
porque si dejas de cantar,
el lucero de los pequeños se apagará!
No importa el cansancio: aún nos queda el fuego
de los sueños interminables, de lo posible.
No es posible vivir sin estos sueños soñados, no:
En cada rincón de los pobres silenciados
queda lo genuino de la libertad más pura.
Nuestro agobio no es nada;
muchos han quedado sumergidos y a oscuras
al dejar pasar la utopía.
No somos locos porque seguimos creyendo,
porque no dejamos pasar un día sin soñar.
No podrá el olvido vencernos,
no podrán apagar la luz de la esperanza, amigo:
Es posible soñarse en esperanza, y permanecer.
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