Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida. Pitágoras
Cuando te inclinas por algo o sientes afición por algo, llegas a experimentar un sentimiento casi tan grande como el amor que puede, incluso, dominar tu voluntad. Es un sentimiento fuerte, grato, plácido, gustoso porque estas haciendo lo que realmente te apasiona.
Al sentir un estado de ánimo placentero en alguna actividad que realizamos, muchas veces sin identificarlo, estamos modificando nuestra percepción, al grado de que nuestro estado físico/emocional cambia en general. Ya lo dijo Jacinto Benavente “Si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas… ¿Qué valdría la vida?” porque sencillamente haríamos las cosas por hacerlas, vacías, sin sentido, para salir de eso o por cumplir con eso, no porque nos haga sentir bien.
Pasa lo mismo con la hermosa y maravillosa labor de ser maestro, ese arte de guiar, de transformar, de cambiar seres. Hay que estar verdaderamente enamorado de tan loable ocupación, pues de no ser así serian muchos las personas perjudicadas, empezando por nosotros mismos. Está en las manos del docente formar niños, adolescentes, jóvenes y adultos proporcionándoles no sólo conocimientos, sino valores, normas cívicas de convivencia sana; ese arsenal (o “currículo oculto”) primario para la interactuación social que debería ser brindado por las familias y que en una gran parte de esta población no sucede.
Siento que la mayor parte de los maestros de hoy no viven la pasión por su quehacer, se olvidaron del perfil que los caracteriza, se olvidaron de esa llama que debe arder al momento de educar, de enseñar, de dar, de darse. Tal vez, esta realidad no tenga causas justificables pero sin importar las razones que sean, un profesional, comprometido con lo que hace, realiza su labor con entusiasmo, con entereza, con dedicación, con amor… no porque se lo exijan, sino porque lo siente, porque lo vive.
El maestro ha de ser símbolo de identificación, es decir, lo único que se puede enseñar es lo que el maestro mismo sea, ya que no se da lo que no se tiene sino, muy por el contrario, sólo podemos dar de lo que tenemos. Para llegar a ser modelo, en el pedagogo ha de primar el conócete a ti mismo. Conocerse a sí mismo implica saber todas la responsabilidades que le corresponden como profesor. El maestro ha de pensarse no simplemente como el especialista que domina una ciencia cualquiera, sino que además ha de reconocer diferentes contextos porque requiere comunicarse con un grupo de estudiantes concretos; ha de prepararse para asumir y producir en los alumnos la nueva fuerza productiva: el conocimiento.
Para ser maestro es imprescindible poseer ciertas actitudes y aptitudes que lo caracterizan e identifican como tal. El docente es humanista. Es, ante todo, un especialista en el ser humano, para ello el aula se transforma en un escenario de humanidad. Ser educador es ser creador de ambientes de aprendizaje, especialmente dotado para que grupos de aprendices se apropien de manera más sistemática del conocimiento; es una persona capaz de abrir su mente a las nuevas tendencias para mejorarse y superarse a sí mismo, pues reconoce que el conocimiento no es estático y que por tal razón, necesita estar a la vanguardia de los nuevos tiempos.
Porque enseñar es un acto inmortal que perpetúa a quienes lo ejercen con toda dignidad, y ya que la educación encierra un tesoro (como bien lo dice Jackes Delors), los educadores deben hacerse un principio de la frase de tradición popular muy conocida, y redicha hasta más no poder: “predicar con el ejemplo”. Este es el modo directo de influenciar a las personas sobre lo que decimos que hay que realizar y ser. Cuando cumplimos un horario, establecemos metas las difundimos y las realizamos; y fundamentalmente transmitimos nuestros pareceres claramente. Transformando el famoso “haz lo que digo, no lo que hago” en un profundo y sincero “haz lo que digo y hago”. Si esto ocurre, seremos entonces más creíbles, confiables y respetables personal y profesionalmente. Tenemos una sola vida y esta debería ser una de nuestras prioridades, ser alguien en quién la gente confía por lo que hacemos. Con nuestra actitud y actuación, ante tan gratificadora labor, son muchas las almas que podemos condenar o salvar de la esclavitud de la ignorancia.
La formación del maestro no es sólo el resultado académico y espiritual es un proceso interior de permanente desarrollo, asumido conscientemente; ésta identidad profesional e intelectual, del maestro, no proviene del contenido específico de sus saberes y enseñanzas sino del objeto empírico sobre el que trabaja, así el compromiso del docente no es con la ciencia que enseña, sino con la voluntad que forma.
Reconozcámoslo, no es fácil llegar a ser maestro, pero con paciencia, vocación, pasión, amor por lo que se hace y, sobre todo, comprensión de lo que se espera de él será una realidad y no una utopía.
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