Hora difícil de la humanidad es ésta, en que se perciben con rápida sucesión, signos de muerte y signos de renovación.
Una angustia existencial invade a los hombres y mujeres de hoy, y recorre el cuerpo social de la humanidad. Se plantean preguntas vitales: ¿Qué valores fundamentales han fallado y debe ser recuperados? ¿Qué se le pide a cada cual? La Historia no perdona a quienes traicionan el propio camino, sobre todo cuando está íntimamente ligado al camino de otros. Hoy está en juego el destino común, la convivencia humana.
Una de las áreas más sensibles y con mayores responsabilidades es la de la educación y, por ende, el papel de los educadores en el mundo de hoy en rápido cambio.
La vocación de educador y educadora es de las que exigen un urgente y constante replanteamiento, porque es fundamentalmente una labor de siembra y anticipación, que no puede contentarse con responder al hoy del mundo, sino que tiene que, en sus aulas, preparar y construir el mañana de la Historia. Un educador serio, hoy, no puede escapar a la grave responsabilidad de decir una palabra y emitir un juicio ético, humanizador, ante los proyectos de organización que se le ofrece a cada generación. Quedarse fuera de estas perspectiva y renunciar a esta responsabilidad sería quedarse fuera de la Historia, y hacerse prácticamente inútil e ineficaz, además de la responsabilidad moral que tendría que asumir, por claudicar de lo que se espera de él, en virtud de lo que dice ser.
Lo que escribiremos a continuación es un modesto aporte para ayudar a los educadores de hoy, ellos y ellas, a asumir ese rol y generar a través de su acción educativa la esperanza de que es posible construir un mundo más humano; y, al mismo tiempo, adecuar su ser y su quehacer al momento que vive el mundo, promoviendo una permanente “humanización” de los seres que se confían, para que lleguen a “ser” plenamente, en el amor y la auténtica libertad.
Hay tres actitudes que puede asumir una persona al introducirse en el mundo de la educación. En un primer nivel, el inferior, podría percibirse como un simple empleado: Ha hecho un contrato con una Institución y percibe su función como un empleo remunerado. Lo que pase antes y después el tiempo exacto de su trabajo no le interesa: eso le toca a otros. Si ese sueldo no le alcanza, buscará un segundo empleo. No le interesa complicarse la vida ni proponerse cuestionar y mejorar su quehacer. Está de paso hasta que encuentre un trabajo mejor remunerado…
En un segundo nivel, medio, tenemos al Profesional que enseña lo que sabe, porque obtuvo un Título en alguna Institución cualificada, y lo que le han pedido que haga es enseñar la materia de su especialidad. Entiende que su actuación debe hacerla con seriedad y responsabilidad. Como posiblemente ejerce su profesión en la mayoría de su tiempo disponible, le queda muy poco espacio para ocuparse de problemas específicos del arte del magisterio: metodologías, lecturas sobre temas del acto educativo, etc. Hace bien su trabajo. Nada más. Pero hay una gran distancia mental entre los intereses de la Institución y los suyos propios. Llevan rumbos distintos.
En un tercer nivel, el deseable para todos los educadores, es aquel en que se perciben convocados por Dios, o por la humanidad o la sociedad, para realizar una “misión” de vital importancia para los seres humanos: ayudarlos a crecer, a realizarse como personas y miembros de la comunidad humana. Esa conciencia de “ser convocado y enviado” lo posee totalmente y le hace dedicarse a esa misión de una manera apasionada. Se identifica a sí mismo como nacido para educar, y por eso se integra al “alma” de la Institución educativa a la que pertenece, se convierte en un “doliente” de la misma, vive sus alegrías y sufre sus problemas.
Por lo mismo, procura impregnarse del espíritu, los valores y el estilo pedagógico que dicha Institución propugna en su Ideario, aporta pensamiento crítico constructivo, así como tiempo real y asume compromisos para mejorar la calidad de la respuesta educativa de la misma. Se integra a su comunidad educativa de una manea activa y creativa, y comparte sus ideas con los demás educadores así como sus sueños, experiencias, etc. No “está” solamente en la Institución: “Es” parte de la misma: la ama, la defiende, la cuestiona, la purifica, la enriquece con nuevas iniciativas….
Luego de esta rápida descripción de los tres niveles de pertenencia a una Institución educativa, sólo le queda al lector preguntarse, con el corazón en la mano dónde se ubica y qué puede hacer para llegar y permanecer en el tercer nivel.
Nota: Este artículo continúa la entrada Educador ¿Para quién eres educador?
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