Una Educacion Mejor Para Una Mejor Sociedad

Escrito por Hno. Alfredo Morales en Hno. Alfredo Morales, Reflexiones para Educadores

La Institución  “FE Y ALEGRIA” publicó  un valioso documento que tituló: “Una educación mejor para una mejor sociedad”, que expresa y desarrolla los principios de su identidad al definirse a sí misma como un “Movimiento de Educación Popular Integral y Promoción Social”. Este documento forma parte de su Campaña “Compromiso con la educación”.

Bastan estos datos para comprender la actualidad e importancia de sus planteamientos, y justifican la necesidad de divulgar su valioso contenido en el momento histórico que vivimos, que bien pudiéramos denominar: “El tiempo de la Educación”, evidenciado en la conjunción de opiniones autorizadas y hechos promovidos por la sociedad civil, que reflejan un “estado colectivo de conciencia social” con respecto al tema de la educación.
Los que integramos el inmenso grupo de maestros y maestras que tenemos en nuestras manos la generación que asumirá el liderazgo de las grandes orientaciones y decisiones civiles y políticas que marcarán el siglo XXI, tenemos la obligación moral de ilustrarnos sobre este tema fundamental de la educación, donde se juega el destino de nuestros pueblos latinoamericanos.
Es por esta razón, y beneficiándonos de la autorización que consta en la 2ª página de este documento, que he decidido comentar algunos temas centrales del mismo, para facilitar su cabal comprensión, y brindarle a los educadores y educadoras la posibilidad de poner en práctica sus acertadas observaciones, juicios y propuestas, que les ayudarán a cumplir a cabalidad su misión fundamental: capacitar a la nueva generación para la identificación de su ser y su quehacer en el mundo que les ha tocado vivir, y para el cual requieren de instrumentos específicos, no percibidos o utilizados en generaciones anteriores.
Esto implica que los educadores estamos dispuestos a dar un “salto cualitativo” hacia adelante, para adelantarnos a los acontecimientos, haciendo presente el futuro en nuestra cotidianidad docente, conscientes de lo que hay que dejar atrás y lo que hay que asumir para el hoy y el mañana de la Historia.
Esta decisión implica un desafío: renunciar a muchas ideas, prácticas, opiniones, para dedicarnos a escrutar “los signos de los tiempos”, y avanzar adelante en la Historia, para “no llegar tarde a nuestros educandos”, expresión que he reiterado en otras publicaciones por su fuerza descriptiva, ya que el no decidir actualizarse implicaría la anulación de nuestra posibilidad educadora, además de ser “la mayor falta de puntualidad histórica” que pudiéramos cometer, si nos aferramos a lo que “siempre se ha hecho”.
Este juicio crítico, difícil, doloroso muchas veces, debe hacerse en comunidad con otros educadores de la misma Institución, porque “unidos podemos más”…
Lo que precede se puede resumir en una palabra exigente pero indispensable: “¡FIDELIDAD! Fidelidad a nosotros mismos como educadores y educadoras, fidelidad a la Historia, que es terrible en sus juicios condenatorios para los que la ignoran; y fidelidad, sobre todo, a nuestros alumnos y alumnas, que esperan de nosotros que les ayudemos a descifrar el complejo mundo que les va a tocar vivir; y acompañarlos en su camino hacia el logro de sus mejores sueños, apoyados en nuestro testimonio de amor y de presencia junto a ellos, brindándoles en el proceso, sólidos principios religiosos, éticos, morales, aptos para que se decidan a comprometer su auténtica libertad en las mejores opciones, para ellos y para la sociedad en la que van a vivir.

 

Por Un Continuo Educativo En Clave De Desarrollo Humano
La autora Maritza Barrios Yaselli parte del principio de que “la educación es una actividad inherente al desarrollo del ser humano”, y se apoya en el postulado muy divulgado hoy en día de que la vida y la educación son dos realidades que se entrelazan, y que por lo mismo, nunca se deben separar.
Apoyada en este principio fundamental, envía su primer mensaje a los responsables de construir los actuales sistemas educativos a todos los niveles:
La educación, como tal, es un derecho permanente que los sistemas educativos  nacionales no pueden dar por satisfechos con la sola provisión de unos años de escolaridad obligatoria durante la niñez y la adolescencia”.
En otras palabras, asume la opción del Informe de la UNESCO 1996 hacia las “Sociedades educativas”. Por eso emplea el peculiar término de “un continuo educativo”, o sea, algo que no se puede ni se debe interrumpir, ni dar por terminado mientras la persona viva. Es mucho más que “educación de adultos”, “educación permanente”, etc.
Significa entonces que hoy en día, todo proyecto educativo actualizado deberá incluir “comunidades y espacios de aprendizaje” en los que intervengan los agentes sociales y políticos de la sociedad.
Esta visión de la educación, conmociona y cuestiona nuestros actuales sistemas educativos, y plantea desafíos inéditos que requerirán decisiones audaces, así como actores con gran capacidad de “ver, juzgar y actuar” teniendo como referencia el futuro.
La autora cita a Xavier Gorrostiaga, sacerdote jesuita que vislumbró y difundió un panorama nuevo y desafiante del universo educativo, al evaluar el escenario educativo de América Latina. Dicho autor afirmaba que:
La atomización y la fragmentación de los sistemas educativos no permiten ni la reforma educativa ni la construcción de un continuo educativo que integre a los diversos subsistemas en un gran proyecto educativo para el siglo XXI”.
La cita es audaz y desafiante, e impone a cada educador latinoamericano la obligación moral de evaluar el sistema educativo en que está inserto; y se cuestione qué tiene que hacer para que este “continuo educativo” se vaya haciendo realidad en su entorno, en su país y en el medio educativo por el que ha optado. Para ello necesitará forzosamente unirse a otras instituciones y fuerzas sociales que se muevan en esa dirección deseada.
Pero que no intente desentenderse y menos desligarse de esta dinámica rectificadora, porque estaría traicionando su propia vocación, que no es otra que “hacer presente al futuro en su cotidianidad docente”.
El mismo autor antes citado afirmaba también con insistencia que “había que crear una vinculación y cooperación entre los actores sociales para recuperar la educación para la transformación socio-económica y el desarrollo”.
Nos permitimos señalar, de paso, lo superado que está ya el binomio tradicional de “educación privada y educación pública” con todo lo que implicaba y se daba a entender. Por su finalidad, todo acto educativo es público, se ejerce en medio de una sociedad, y a ella le debe aportar el educando lo mejor de lo que aprenda.
Siguiendo el comentario de la cita arriba señalada, destaco que la misma es de la mayor importancia e implica una nueva percepción de la finalidad del acto educativo, percibido como un “todo” y no un hecho aislado desconectado de los factores socio-políticos y socio-económicos que la condicionan, la limitan o la favorecen; y algo mucho más grave: sin integración con las finalidades últimas de las personas y del mundo en que han de vivir.
Hoy se insiste mucho en este punto: el acto educativo no agota en sí mismo su finalidad, es parte esencial de un proceso social que lo supera ampliamente: el proyecto de una sociedad civil y política integradas en la búsqueda del bien común.
Significa que la anticuada visión de percibir el valor de un centro educativo en la misma proporción del número de sus bachilleres graduados o por graduar, o por competencias ganadas en concursos inter-escolares de todo tipo, etc., etc. ha quedado felizmente superada, sin dejar de valorar por ello lo mencionado. Pero ya no “dispensan” a la Institución de “pedirse cuenta”, auto-evaluarse con respecto a su función social. Ya no se puede desconocer como tema relevante la dimensión socio-política del acto educativo, es decir, una escuela abierta a la sociedad, al mundo y a su realidad política.
Para aclarar confusiones, insisto en aclarar que – según conceptos modernos – por política auténtica se entiende la “organización de la convivencia humana”. Debido a esta interpretación es que el P, Gorrostiaga, ya mencionado, estima que “las familias, empresas, ONG y los diversos sectores de la sociedad civil necesitan incorporarse a la educación para transformarla en un factor fundamental de desarrollo democrático”.
Y así llegamos a un punto esencial: cómo propiciar y canalizar ese diálogo escuela – realidad socio-política. Dicho de otra forma: ¿cómo abrir las puertas de la escuela para que entre la vida real del medio social en que está establecida?
Quisiera aportar una experiencia inconclusa, pero que en sus comienzos despertó muchas esperanzas. Hace muchos años que en el Perú un gobierno militar decidió integrar escuela y sociedad. Para ello dividió los contenidos educativos en dos grupos: el 50% se le reconocía a los conocimientos básicos e insustituibles; y el otro 50% a la integración de la vida de la comunidad en el proyecto educativo nacional a través de sus más significativos representantes: el médico, el zapatero, un comerciante, el vendedor de frutas, etc…
¿Pérdida de tiempo, folklore sin mayores consecuencias? Pensarán algunos.

No, si se utiliza como motivación para un diálogo educativo con la sociedad. La experiencia no se agotaba en el simple encuentro. Se les pedía luego a los alumnos – en los niveles académicos posibles – hacer un reporte de la experiencia expresando los puntos de mayor significación y aprendizaje que habían logrado. No se descuidaba el aprovechar la narración escrita para la asignatura de Español, en su aspecto lógico y lingüístico mediante el uso del vocabulario adecuado. Se utilizaba para el arte de la expresión oral: alumnos que se ofrecían a describir ante sus compañeros lo que habían experimentado y sus reflexiones personales…En fin, que el encuentro con gente del pueblo, desencadenaba todo un proceso que tenía muchas expresiones educativas positivas y muy válidas: saber escuchar, saber respetar, apreciar la riqueza de personas muy sencillas pero responsables en su trabajo, etc.etc. Los alumnos descubrían así la riqueza humana de su entorno, ahora con nombres y apellidos.
Retomamos el hilo de nuestros comentarios sobre el artículo inicial.
Este documento aborda el tema de la educación permanente, pero desde una perspectiva humanista, no como simple beneficio personal:  opta por la vocación a “ser” de manera continua y creciente, ininterrumpida, mientras viva la persona. Revestirá expresiones diversas: educación de adultos, universidad de la tercera edad, etc. pero en su conjunto se aclara que “se trata del desarrollo de capacidades de aprendizaje para la vida: aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos, y a ser, como pilares de la educación”.
Como podrá apreciar el lector, esta cita implica una visión totalmente nueva y abarcadora del concepto tradicional de educación. Sus implicaciones son inmensas porque hay que organizar tanto la escuela como la sociedad en función de estos criterios que el extraordinario Informe a la UNESCO 1996 titulará: Sociedades educativas. Exigirá decisiones políticas, presupuestarias, y sobre todo gerenciales para promover en un breve lapso de tiempo a los actores capacitados para esa visión y su ejecución correcta, tanto del lado de la sociedad como del lado del mundo de la educación.
Al comienzo del siglo XXI, la educación se presenta, pues, como una meta esencial que requerirá de muchos desafíos y riesgos, mucha capacidad de visión, en proceso de lograr que surjan poco a poco las deseadas “sociedades educativas”. Pero de ahora en adelante, todo lo que se hable y se plantee en términos educativos, deberá partir e incluir necesariamente este principio fundamental que venimos comentando.
El documento de “Fe y Alegría” constata que:
Los desafíos a los que nos enfrentamos, superan con exceso la capacidad de respuesta de nuestros sistemas educativos tal como están concebidos”.
Esto significa que los responsables de diseñar los nuevos proyectos educativos, o incluyen esta visión, o se quedarán rezagados ante la Historia. Volvemos de nuevo a un punto que hemos mencionado en otros comentarios sobre este mismo tema: “La mayor falta de puntualidad consiste en llegar tarde a la gente”.

Que cada educador, educadora, que lee estas reflexiones, tenga el valor de cuestionar todo el mundo educativo en el que está envuelto y del que es parte, y tenga la honestidad moral y profesional de preguntarse si, con lo que dicen, enseñan, viven a diario, están llegando a tiempo o están llegando tarde a sus educandos, tanto a nivel de docentes como a nivel del sistema educativo mismo en el que laboran.
Me permito añadir una reflexión al final de los comentarios sobre la primera parte del primer tema abordado en el proyecto educativo de “Fe y Alegría”.
Muchos docentes, al término de sus primeros estudios superiores que los capacite para ingresar al sistema oficial de educación, se sienten como en un castillo, seguros y protegidos, y quizás piensen que nunca tendrán de demoler esos muros, porque la dinámica acelerada de la sociedad que les ha tocado vivir les obligaría a replantearse todo lo aprendido o experimentado.
Hay un antiguo relato que ilustre muy bien lo que queremos dejar dicho.
Se cuenta que un caminante se encontró con un monje junto a un muro semi-derruido. Le preguntó si lo estaba reconstruyendo, y para su sorpresa oyó esta respuesta: “No, lo estoy derrumbando, porque en este momento lo que hace falta es que entre la luz del sol”.
Así ocurre hoy a todos los niveles de la experiencia humana y, específicamente con la identidad y la misión de los educadores de la nueva generación del siglo XXI. Si se quedan dentro de sus muros,  ni verán lo que pasa afuera, ni recibirán la nueva luz que ilumina el quehacer educativo, y que – en buena parte – procede de los propios educandos.
Quizás sea éste, el mayor de los desafíos para todo el que pretenda hoy ser educador, educadora: Tenemos paredes muy altas, estructuras muy rígidas (“siempre se ha hecho así”). Pero el dilema actual no es lo que sabemos sino lo que tenemos que aprender en un mundo cambiante a gran velocidad. Y, además, afuera, a campo abierto, compartiendo la vida sin murallas ni prejuicios, tendremos más luz que detrás de los muros que nos pudiéramos haber construido a lo largo de nuestro ejercicio docente.
En ese proceso de caminar brillará la nueva luz, pues no tendrá obstáculos ni murallas que le impidan llegar hasta el educador-caminante con la Historia, y acompañante fiel de sus alumnos.
Si intentáramos resumir en una sola expresión, dónde está el desafío para ser educador hoy, diría: “Tener el valor de pasar de lo que fuimos o lo que somos, y a lo que tenemos que ser y hacer como educadores eficientes en el siglo XXI”.

 

Nota: Esta entrada fue originalmente publicada en diciembre del 2011.

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