La prodigiosa proliferación de avances tecnológicos ha vuelto miope a muchas personas, que han construido su universo mental y existencial bajo la sola óptica de la ciencia y la eficiencia y, en consecuencia, de lo que se logra rápido y fácil, de lo que es útil para algo exterior e inmediato…
Sin embargo, una mayoría silenciosa percibe en el fondo de su corazón que tiene que haber algo más, y quieren llegar al fondo de los planteamientos humanos y humanizadores: el deseo de felicidad y paz, de convivencia en la diversidad, etc; y sobre todo de una razón que dé sentido final a sus vidas.
Escribo, pues, para los que tienen fe en el hermoso destino humano, y para los que luchan por alcanzarlo en ellos mismos y en los demás.
Ante todo, hay que recuperar la utopía, que siempre será necesaria más allá del progreso técnico, válido pero no suficiente. La utopía nos amplía la visión de ese destino humano en forma integral y armónica, nos sorprende con nuevos horizontes y nos estimula a mirar más allá, siempre más allá…
No hace falta ser un visionario ni profeta para percibir el grave estado de angustia y zozobra que ha invadido nuestra sociedad dominicana: es inquietante la magnitud de los problemas que enfrenta, tanto a nivel de necesidades básicas no satisfechas como a nivel de su propia supervivencia. Nos preguntamos si no nos vamos a devorar unos a otros.
Estos planteamientos dejan un sabor amargo en el corazón de la Nación, con su secuela de pesimismo y desaliento. Está herida el alma dominicana en aspectos tan esenciales como los valores supremos, la honestidad, la convivencia; y, sobre todo, el respeto a la vida, propia y ajena.
Esa angustia es paralizante, y detiene el auténtico progreso en humanidad de las personas y de la comunidad nacional. Si la sociedad dominicana está perdiendo el sentido de su orientación moral, estamos ante un hecho de gravísimas consecuencias negativas.
Si esto ocurre a nivel general, imaginémonos qué puede estar ocurriendo en la conciencia de la nueva generación dominicana que sube: niños y jóvenes. Muchos carecen de referencias básicas auténticas en sus nacientes vidas, y se dejan llevar por la cultura del tedio: seguir la corriente y asumir como estilo de vida la mediocridad que los envuelve. A nuestros niños y jóvenes se les está secando el corazón. ¿O se lo estamos secando los adultos?… El aturdimiento consumista los confunde y los sitúa, indefensos, ante la avasalladora publicidad de lo mejor y de lo peor.
Por eso invierten sus grandes energías en metas frívolas, no las invierten en decisiones que les ayuden a crecer y madurar, debido a la miopía moral y espiritual, triste efecto de la cultura secular en la que están inmersos y en la que – sin embargo – deberán tomar sus grandes opciones para la vida.
Ante este panorama que produce consternación, nadie puede permanecer con los brazos cruzados: se necesitan hombres y mujeres que preconicen otro proyecto de vida, otras realidades más sólidas y perennes. Entre ellos están – deben estar – los educadores y educadoras de hoy, al igual que sus comunidades educativas. A ellos y ellas quiero dedicar mis reflexiones. Porque un auténtico educador de hoy debe creer que su modesta cotidianidad, realizada con transparencia y amor junto al propio testimonio de vida, tiene poder para sacudir la conciencia de la juventud de hoy, y abrirle los ojos a nuevas opciones de vida. Pudiera parecer algo inalcanzable; pero alguien ha dicho: “Seamos realistas, hagamos lo imposible”. Los educadores deben acoger ese desafío y disponerse a hacerlo realidad.
Porque la auténtica educación será siempre una aventura de revelación de la verdad total sobre las grandes preguntas del ser humano: el sentido de la vida, la plenitud humana, el dolor, el amor, la vida y la muerte. O sea, que una de las más urgentes y hermosas misiones del educador es “anunciar la esperanza” en medio de la noche. Y vamos llegando al fondo de nuestro tema.
Tomo prestada la respuesta a un formidable libro de Rubem Alves: “Hijos del mañana”. Dice así el autor:
“La esperanza es el presentimiento de que la imaginación es más real, y que la realidad es menos real de lo que parece. Es la convicción de que la abrumadora brutalidad de hechos que la oprimen y la reprimen no han de tener la última palabra…Es la sospecha de que, de una forma milagrosa e inesperada, la vida está preparando el acontecimiento creador que abrirá el camino a la libertad y a la liberación”. (Cf Cita completa en mi libro: “El desafío de ser educador”, pag.206)
Pero es evidente que la esperanza del educador tiene que tener una base sólida que la justifique y la sostenga. No es un sentimiento vago y ocasional en un momento de optimismo: es la consecuencia de una fe en algo sólido y creíble.
Para algunos, que optan por una visión exclusivamente intra-mundana de la realidad y de todo lo que existe (el “mundo cerrado” de Jean-Paul Sartre, existencialista) la base será un humanismo integral; para otros, que optan por una visión trascendente de la realidad, será un mundo donde tiene sentido Dios y su proyecto salvífico: la base de su esperanza será la bondad del Creador y su amor por sus criaturas.
En todo caso, es fundamental que el educador se diga a sí mismo en qué se fundamenta su esperanza, porque esa fe es la que puede modificar la visión derrotista de un mundo moderno prisionero de su propia ceguera.
Es importante constatar que en los primeros creyentes cristianos, fue determinante la conciencia de haber recibido la gracia de una esperanza confiable, la certeza de gozar de un futuro, de una vida que no acababa en el vacío ni en las fauces de los leones de los circos romanos. Pero, sobre todo, descubrieron que quien tiene esperanza puede vivir de una manera nueva. Ya el pueblo judío había vivido esa experiencia y la había expresado en sus Libros sagrados.
El vivir con esperanza pertenece pues a la sustancia misma de la novedad de la vida del cristianismo desde los primeros tiempos, porque en ella se concretizaba y se expresaba la experiencia salvadora de la fe en Jesús. Abundan las citas del Nuevo Testamento sobre este tema. (Cf 1 Pe 3,15; Ef 2, 12, etc)
Cuando comenzaron las persecuciones y la llamada “era de los primeros mártires cristianos”, san Pablo invitaba a los cristianos de Tesalónica, a “no afligirse como los que no tienen esperanza”. (1 Ts 4,13) Y es que solamente cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero el presente, por difícil y doloroso que sea.
La fe en Cristo Salvador, fue y será siempre la explicación de la “gozosa esperanza” de que hablan los textos del Nuevo Testamento.
Así debe ocurrir en la conciencia de los educadores cristianos de hoy. Deben sentirse convocados y enviados para una misión redentora: educar, que tiene mucho de similar con la acción de Jesús; mensajeros de la verdad total, liberadores de las limitaciones humanas, anunciadores de una salvación integral.
Por eso, entrar sin vocación en la zona sagrada de la educación, pudiera ser la causa del desgano con que algunos profesores ejercen sus responsabilidades. “Somos felices o desgraciados por lo que llevamos dentro”. (Agatha Christie)
Eduard Spranger, eminente educador, afirmaba que “el estar-llamado era mucho más que el tener-una-profesión”.
Con estas bases espirituales, sólidas y convertidas en vida en la cotidianidad educativa, los alumnos le podrán preguntar a su educador: “¿Qué ves en la noche?”; y él podrá responder sin titubear: “¡VEO QUE AMANECE!”
Pero, teniendo en cuenta que el ser humano seguirá siendo libre, aunque con una libertad frágil, nunca se dará la perfección total en una vida humana.
Es por eso precisamente que en la conciencia actual de la humanidad se percibe esa búsqueda angustiosa de la verdad, del bien, de la felicidad; algo, en fin, más seguro y duradero.
Aquí aparece ya en toda su hermosa realidad la vocación de un auténtico educador, educadora de hoy, porque con esta fe y esta esperanza, pueden abordar sin miedo esos temas fundamentales.
La esperanza se convierte entonces en un dinamismo interior que se orienta hacia la posibilidad de actuar mirando al futuro para mejorar el presente. Una persona con esperanza puede entonces hablar de lo que debe ser, y de lo que puede ser. La vida y la palabra del educador creyente, en una feliz conjunción, convencerán a sus alumnos de que las cosas pueden ser de otro modo, y de que la realidad puede ser cambiada por algo mejor.
La esperanza de un educador creyente reconoce la fuerza de anticipación de lo bueno y lo bello en la tierra, como algo querido por Dios. Su referencia, sin dejar de pisar el lodo de la realidad humana, será el resultado de poder percibir – como anunciaba el profeta Isaías – que “algo bueno está naciendo”. Y podrá implicar a sus alumnos, preguntándoles: “¿No lo notan, no se dan cuenta”?
Publicado originanmente el 5 de noviembre del 2009
Ana Luisa
Nov 11, 2009
10:52 am
Hermano Alfredo, con cuánta sabiduría describe usted la situación actual de nuestro país y nuestros jóvenes! ¡Cuánta necesidad hay de educadores que despierten la esperanza dormida en ellos!. ¡Bendiciones!
Alfredo Morales
Nov 14, 2009
6:29 am
Estimada Ana Luisa: Le agradezco mucho su amable comentario a mi artículo sobre las Comunidades de Esperanza. Para eso existe esta nueva página web: para servir a nuestros abnegados maestros y maestras. Dios le bendiga. Atentamente: Hno.Alfredo Morales.
Julieta Saviñon
Nov 26, 2009
5:50 am
Hermano Alfredo: Nos encantó su artículo y fue un estímulo la forma en que usted enfocó “la esperanza” del educador a partir de lo que el Señor nos enseña sobre lo bueno y lo bello en la Tierra. Eso nos da fuerzas para seguir creyendo en el presente y futuro de nuestro rol.
Atentamente, Julieta Saviñón
Hector Gonzalez
Dic 6, 2009
16:20 pm
Hermano Alfredo, ha sido increíble la manera en que ha planteado parte de los problemas que enfrentamos día a día en nuestras instituciones. Por otro lado, su enfoque de la filosofía del educador con base en la esperanza es lo que más necesitamos ahora en nuestra sociedad.
Somos los responsables de transmitir a nuestros alumnos la esperanza de un presente y futuro mejor.
Ing. Héctor González
Dic 7, 2009
6:16 am
Estimado Ing. Héctor González:
He recibido su atento comentario a mi artículo sobre las “Comunidades educativas: comunidades de esperanza”. Me alegra saber que le ha ayudado a reafirmar su vocación educativa. Le invito a que “contagie” a sus compañeros y compañeras de comunidad educativa, para ir ampliando el círculo de las “fuerzas vivas educativas de nuestro país”, y enviemos a la nueva generación dominicana “señales” de que el mal no va tener la última palabra. Nos haremos sentir por la fuerza de la verdad que anunciamos. Gracias y !adelante!. Cordialmente: Hno.Alfredo Morales.
Yulissa Alvarez de Rodriguez
Dic 19, 2009
13:51 pm
Hermano Alfredo:
Describe con precisión la realidad de nuestra sociedad.
Sus palabras sobre la esperanza me dan una hermosa herramienta para continuar con la educación de mis hijos.
Dios lo bendiga.
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