Los docentes debemos educar para llegar a desarrollar individuos mentalmente y emocionalmente sanos, capaces de hacer frente a la realidad y a las situaciones del diario vivir de una manera constructiva, y convertir a ésta en una experiencia útil.
Las relaciones de los ñiños y los jóvenes con sus padres, hermanos, maestros son fenómenos sociales, que pueden favorecer o perjudicar los procesos de enseñanza-aprendizaje. En la relación docente-alumno se pone de manifiesto el estilo del docente: sus valores, su filosofía educativa, su historia familiar, sus luces, sus sombras, sus situaciones no resueltas, es decir su equipaje emocional.
Los docentes deben ser personas mentalmente sanas y con gran calidad humana para lograr en sus clases un clima acogedor, seguro, de paz, cálido y afectuoso. Cuando nos referimos a esto, no debemos olvidar que los docentes contamos con nuestras propias historias personales, familiares, escolares y laborales. Y además cargamos con toda la responsabilidad y las demandas propias de la tarea docente. A pesar de todo esto, el maestro debe acercarse al niño, y propiciarle confianza y seguridad. Esto lo podemos lograr en nuestras aulas de clase a través de:
Tenemos la convicción que para que el docente promueva individuos mentalmente sanos y estables, él mismo debe hallarse en idénticas condiciones.
En conclusión, pensamos que para que exista un buen ambiente educativo propicio para el aprendizaje se necesita un docente que se identifique con los valores humanos de verdad, amor, comprensión, respeto, tolerancia, confianza, empatía y los viva cada día, transmitiendo con su sola presencia el afecto, la dulzura y la paciencia que el otro necesita y que su paz interior sirva para que los demás (es decir sus alumnos) puedan también vivir en paz. Después de esto, la enseñanza y el aprendizaje llegan solos.
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