Actualmente con el auge que ha tenido el conocimiento sobre la Inteligencia Emocional y con el cambio de sistemas políticos de autocrático a democrático, ha empezado a cuestionarse el mito del ideal del hombre estoico y machista, que imperó hasta hace unas décadas. Estos cambios han introducido diferencias en el modelo de familia que hoy se valora.
La mujer ha variado su rol tradicional, se ha insertado en el mercado de trabajo, y ha promovido su autodesarrollo y autoconfianza. Pero a la vez una madre sana sigue cuidando la relación familiar, pero necesita ahora más el apoyo del esposo en el hogar.
Por lo que es un reto de los padres, y maestros, ayudar a los varones a desarrollar su vida emocional para que pueda adecuarse a los cambios históricos que les ha tocado vivir.
Con el alarmante número de casos de conductas violentas inadecuadas en varones, según las estadísticas la mayoría de los actos delictivos, asesinatos, manejo temerario, consumo excesivo de alcohol, se dan en adolescentes masculinos, sin que nadie se percate de que necesitan ayuda hasta que ocurre una desgracia, se plantea la urgente necesidad de revisar los patrones de relación que aún siendo obsoletos, se mantienen en muchas familias y en nuestra sociedad.
El ideal de hombre estoico que se promueve a nivel cultural es una trampa para los hombres. Conlleva códigos inflexibles en los grupos de pares, pudiendo interpretarse la violencia inadecuada como un miedo masculino a exponer sus temores, tristezas, angustias y ansiedades, ya que la vida emocional del varón se limita a la expresión de la agresividad.
Este empobrecimiento es fomentado por la forma en que se crían a los varones. De esa manera, sus relaciones personales y familiares se ven limitadas, por una incapacidad de demostrar empatía y de expresar emociones de forma adecuada.
La ausencia de habilidades para resolver conflictos se manifiesta a través de mecanismos de defensa inadecuados. Podrían disfrazar el miedo evidenciando dificultades en las relaciones, fallas académicas, consumo excesivo de alcohol, sexualidad desbordada, y asumiendo conductas temerarias como correr en avenidas céntricas, para así demostrar que se es un hombre.
Las creencias que sustentan estos modelos están basadas en la idea de que ser fuerte significa “no sentir”. En sentido general, los padres y maestros tienden a ser mas críticos y hostiles con los varones en las correcciones, provocando estoicismo en ellos.
Esto crea corazas de rabia y defensas que no les permiten intimar y confiar en sus familias, y demostrar empatía con las emociones de los demás. La cultura machista desestima, pues, la vida emocional de los varones en la crianza, como también lo hacen los modelos masculinos que se promueven a través de los medios de comunicación.
Estos jóvenes cuando son llevados a terapia, van enojados, callados y sin saber expresar lo que les molesta, lo que les hace sufrir, resultado de una gran ignorancia emocional y del aislamiento. Al llegar a la adolescencia carecen de las habilidades necesarias para procesar los cambios de esta etapa de la vida con flexibilidad.
Una definición estereotipada de los varones los enfoca como agresivos, y como que no les importan los demás. Por la falta de educación emocional y de relaciones adecuadas entre padres e hijos, responden en la adolescencia ante los demás con cinismo, aprendiendo a maltratar a las mujeres, y respondiendo con la ley de la jungla por identificación con modelos inadecuados.
Sin embargo, los hombres nacen con el mismo potencial de las mujeres de experimentar emociones, pero son tratados en la crianza machista, como si no las tuvieran. Por eso, tratan de evadir las situaciones emocionales.
La cultura popular distorsiona las cualidades de los varones, producto de la peligrosa definición de la masculinidad. Su energía física, producto de la testosterona, su curiosidad, el estar orientados a la acción, el respeto por los demás y el sentido de protección por los mas débiles, características del sexo masculino son entonces desvirtuadas.
Cuando son niños y preguntan buscando información, se les responde con amplitud; cuando preguntan por situaciones emocionales las respuestas son cortas e imprecisas.
Cuando el niño expresa rabia o enojo, se le acepta, pero cuando expresa miedo, ansiedad o tristeza, se les pasa el mensaje de que esas emociones son femeninas. Responden entonces a la humillación y vergüenza con rabia y violencia.
La escuela usualmente, tampoco ayuda a la crianza del varón por ser un ambiente femenino, poblado principalmente por mujeres como figuras de autoridad, a quienes se les hace difícil entender el nivel de actividad de los varones. Por ejemplo a los varones les encantan los deportes, correr, encaramarse, y toda actividad física. No les gusta permanecer sentados por mucho tiempo, por lo que necesitan clases activas y retadoras. (Por la testosterona).
La escuela es un espacio para el ser humano, pero a las hembras se les hace más fácil adaptarse a él por su inteligencia pasiva. Las expectativas de los maestros reflejan las habilidades de las niñas y su sensibilidad. Son mas fuertes con los varones, pero a esto no les gusta que les griten, principalmente si la autoridad es una mujer.
Los siguientes retos sugeridos la mayoría por los autores del libro “Raising Cain”, podrían ayudar a balancear la fuerza, con la empatía en el desarrollo de los varones, para que puedan humanizarse.
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