Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo: «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.»
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El año escolar comienza, inevitable o felizmente, pero no todos lo viven de igual manera.
Los profesores novatos, al igual que los niños pequeños, lo esperan con ansias, con la ilusión de un nuevo proyecto de vida, que en el caso de los profesores novatos, inexpertos, recién saliditos del horno de la Universidad, les permita poner en práctica todos los conocimientos aprendidos durante sus años de estudiante; así como las veintemil ideas que surgirán en el transcurso del año.
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¿Qué más podemos, si nos han robado tantos sueños, ladrones improvisados de tantas primaveras? ¿Dónde queda un sitio para poder recuperar las alegrías de las utopías compartidas, con amigos que hoy ya no están?
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No esperes el futuro para amar, educar, ser feliz o dar felicidad. Ese es uno de los males que debemos de combatir todos los días. El amor se trabaja todos los días, aquí y ahora: “Ese es uno de los secretos de vida”.
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¡Qué poco soy si no sé sonreir;
si solo sé aprobar, prohibir y suspender,
reñir y castigar!…¡Qué poco soy!
¡Qué poco soy si sólo sé enseñar
los libros que compran para memorizar,
pues letra muerta es!…¡Qué poco soy!
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